Por Pedro Pesatti
Existe en la política argentina una fascinación por la paradoja: usar las armas del adversario hasta mimetizarse con él. La oposición, en esta línea de argumentos, enfrenta hoy una tentación que podría derivar en un error estratégico de consecuencias sistémicas: definir al gobierno de Javier Milei por sus contradicciones, específicamente, por su creciente permeabilidad a la “casta” que juró exterminar.
El desembarco de figuras como Diego Santilli, epítome de lo que vino a exterminar el mileismo, no es solo una anécdota de ingenuo pragmatismo. Es un dispositivo para demostrar la transformación de Milei como un nuevo socio de la casta más pura. Para la oposición, por lo tanto, es la prueba flagrante de la estafa electoral: el libertario era, en rigor, un vehículo para el retorno del elenco estable y los mismos de siempre.
Sin embargo, este argumento, tan seductor en el corto plazo, opera como una póliza de seguro para la supervivencia del mileismo en su estado original.
El problema reside en la atribución de causalidad del eventual fracaso. Un consenso amplio, que llamativamente unifica a economistas heterodoxos y a analistas del establishment financiero, anticipa una implosión. La pregunta no es tanto si ocurrirá el colapso, sino a qué y a quién se le adjudicará cuando ello suceda.
Si la oposición concentra su artillería en la “colonización” del gobierno por parte de la casta, le ofrece a la raíz doctrinaria del mileismo una coartada perfecta. El fracaso estrepitoso no sería, entonces, el resultado de la praxis libertaria, sino la consecuencia directa de su adulteración por parte de los mismos de siempre. El fracaso, bajo esta óptica, se debería a la intervención de los Santilli.
Milei, acorralado por la realidad, se habría visto forzado a “contaminarse”. Y esa contaminación, insistirá la narrativa libertaria, fue la causa de la ruina, no el dogma original. Este es el riesgo grave que corre el sistema político. Si la crisis económica y social se produce, pero el diagnóstico opositor ha sido que el gobierno falló por “castificarse”, el experimento del outsider no queda invalidado. Queda, en el mejor de los casos, “inconcluso” o víctima de una traición.
El mileismo, como fenómeno, lograría así una inmunidad contradictoria. El gobierno de Milei puede fracasar, pero la idea de Milei —la del profeta anti-sistema puro— sobrevive intacta a la catástrofe que su propia administración generó.
De suceder esto, la política argentina no lograría metabolizar la anomalía. El rol del outsider mesiánico, lejos de quedar desacreditado por la experiencia, quedaría vacante y legitimado. El sistema habría demostrado, una vez más, su incapacidad para resolver los problemas, y el único que lo intentó fue “devorado” por el propio sistema.
La oposición, al intentar ubicar a Milei en la “casta” para erosionarlo, podría estar, sin proponérselo, preservando el nicho para el próximo Milei. Un nicho para alguien que prometa, esta vez sí, no dejarse colonizar ni por la hermana.
