Ahora se puede

✍️ Por Pedro Pesatti (*)

En los últimos días he planteado públicamente, en distintos medios, la necesidad de avanzar hacia una reforma profunda del calendario electoral argentino: unificar en una sola jornada todas las elecciones de los ámbitos nacional, provincial y municipal. La iniciativa no es consecuencia de ninguna coyuntura ni se inspira en provocar perjuicio a nadie. Por el contrario: esta propuesta surge ahora porque, por primera vez en décadas, existen las condiciones técnicas y materiales para llevarla a la práctica sin afectar la calidad democrática del acto electoral. Esa condición tiene un nombre preciso: la Boleta Única de Papel.

Conviene ser claros desde el inicio. Sin este instrumento, pensar en una elección simultánea de las tres jurisdicciones sería extremadamente complejo, cuando no directamente inviable. El sistema tradicional de lista sábana, con boletas extensas y superpuestas, hacía prácticamente imposible unificar los comicios sin generar confusión, saturación visual y un efecto arrastre que distorsionaba la voluntad del elector. Ese límite estructural fue, durante años, el principal argumento para sostener el desdoblamiento electoral.

Pero el escenario ha cambiado. La Boleta Única de Papel altera de raíz la lógica del voto: separa categorías, elimina el arrastre mecánico y devuelve centralidad a la decisión individual del ciudadano. Por eso esta propuesta solo es posible ahora. Antes habría sido imprudente o irrealizable.

Para que la unificación sea real y completa, la Boleta Única debe implementarse en todas las jurisdicciones. No alcanza con aplicarla solo a los cargos nacionales. Provincias y municipios deben converger en un esquema coherente que permita una elección simultánea, ordenada y transparente. Existen, además, antecedentes locales que demuestran que esto funciona: en municipios de Río Negro —como Bariloche— la Boleta Única es utilizada desde hace años con resultados positivos, lo que prueba que el instrumento no es una abstracción teórica, sino una práctica consolidada.

En términos operativos, la unificación implicaría que, en un solo día, el ciudadano, al llegar a su mesa de votación, reciba tres cuerpos independientes de Boleta Única de Papel: uno para cargos nacionales, otro para cargos provinciales y un tercero para cargos municipales. En un mismo acto, el elector marcaría sus preferencias en cada nivel. Tres decisiones diferenciadas, tomadas en una sola jornada. La simultaneidad, en este esquema, no implica dependencia: preserva la autonomía de cada nivel y habilita la elección cruzada sin interferencias.

A este conjunto de razones técnicas e institucionales se suma un argumento de orden federal que resulta decisivo. Así como en 2004 la Nación y las provincias acordaron el Régimen de Responsabilidad Fiscal, nada impide que hoy se avance en un acuerdo político-institucional de alcance similar para fijar una fecha electoral única y estable. Un pacto de esta naturaleza no vulnera el federalismo; por el contrario, lo ordena. Establecer por ley un día fijo para votar permitiría armonizar el ejercicio de las autonomías con un calendario previsible y racional.

Un día fijo para votar, en el que se elijan todos los cargos en disputa, tiene además un efecto cívico innegable. Hoy, el acto electoral se fragmenta como mínimo en tres o cuatro instancias en un año presidencial: las PASO, la elección nacional, la provincial y la municipal. Esa dispersión diluye la atención ciudadana, banaliza el voto y transforma un acto central de la democracia en una rutina que desalienta la participación. Concentrar todas las elecciones en una sola jornada devolvería densidad simbólica al momento de elegir, permitiría al ciudadano enfocar su atención en la trascendencia del acto y reforzaría la conciencia democrática. Además, optimizaría los recursos públicos que se aplican para la organización de cada acto electoral al producir un ahorro significativo.

Existe, por último, un argumento que rara vez se explicita, pero que no es menor: el desgaste de la dirigencia política. La acumulación de procesos electorales genera un clima de confrontación interminable que se prolonga durante todo el año. Ese paroxismo electoralista, naturalizado en la Argentina, provoca daños profundos en la capacidad de conducción, en la templanza y en la lucidez de quienes gobiernan y de quienes aspiran a hacerlo. En muchos casos, ese desgaste equivale a verdaderas amputaciones en las capacidades de los dirigentes, especialmente de los más competentes, que ven consumida su energía en una disputa permanente sin sentido estratégico.

No existe ninguna razón para desgastar inútilmente a la dirigencia ni someter al sistema político a una tensión constante que conspira contra la gestión, el diálogo y la planificación. Unificar las elecciones permitiría reducir esa presión, acotar el conflicto al momento electoral y liberar tiempo y energía para gobernar.

Por todo lo expuesto, sostengo que lo que hasta hace algunos años parecía imposible, hoy es plenamente viable. La Boleta Única de Papel es la llave que habilita este cambio y un acuerdo federal puede brindarle el marco normativo necesario. No debemos perder de vista que establecer un día fijo para votar devolvería al acto democrático la centralidad que supo ostentar en los inicios del ciclo inaugurado en 1983, el período de estabilidad más extenso de nuestra historia republicana. Una sola elección —cabe enfatizar— aliviaría al sistema político de un desgaste innecesario y contribuiría, en idéntico sentido, a sanear la fragmentación y atenuar la polarización. Ordenar el calendario electoral es, por lo tanto, una decisión de madurez institucional y un gesto fundacional para volver a los equilibrios y a la moderación. Un solo día para votar, y el resto del tiempo para crecer y desarrollarnos.

(*) Vicegobernador de Río Negro