Por Pedro Pesatti
Según la teoría, el derecho fluye de cuatro grandes vertientes: la ley que crea el Estado, la costumbre que la sociedad convierte en norma, las sentencias judiciales que marcan un camino y las ideas de los especialistas. Sin embargo, detrás de esa estructura formal, la verdad es más simple y profunda. Toda ley justa, en su origen, responde a una necesidad humana. No es una idea teórica, sino una realidad concreta: el derecho existe para proteger la vida, la dignidad y la libertad de las personas. Olvidar esto es convertirlo en una herramienta al servicio de unos pocos, en lugar de un escudo para todos.
La historia lo demuestra con claridad. Cada gran avance social fue una necesidad que se hizo ley. La jornada laboral de ocho horas, el derecho a la educación pública o el acceso a la salud no fueron regalos: fueron conquistas ganadas por la urgencia de millones que sufrían injusticias. La necesidad de la gente es, por lo tanto, el motor más poderoso para construir una sociedad más civilizada.
Resulta llamativo, entonces, que hoy se ataque tanto la idea de que “donde hay una necesidad, nace un derecho”. Se la califica de “populista” cuando se trata de ayudar a los que menos tienen. Pero aquí aparece una enorme contradicción: las mismas voces que critican esto, no dudan en crear leyes a la medida de las “necesidades” de las grandes empresas.
Se diseñan beneficios fiscales y regímenes especiales para el capital bajo el argumento de que es “necesario” para la economía.
El mecanismo es idéntico al que alguna vez justificó las pensiones para personas con discapacidad o para quienes no alcanzaron a jubilarse: se identifica una carencia y el Estado crea una norma para remediarla. La diferencia, por supuesto, es a quién se decide ayudar. Así, la necesidad del poderoso se consagra como una inversión estratégica, mientras que la del humilde es degradada a un acto de “justicia social aberrante”.
Este doble estándar corrompe la idea misma de justicia. La salud, la educación o un techo no son meros bienes de consumo, sino los cimientos sobre los que se construye la libertad de una persona. Un ordenamiento legal que ignora esta verdad fundamental, que no protege estas bases, pierde toda legitimidad.
Reconocer la necesidad como el corazón de la ley es, además, un acto que fortalece la democracia. Un sistema jurídico que ignora los problemas de la gente común se vuelve una herramienta de la élite. En cambio, cuando el derecho se nutre de las carencias y reclamos de los más vulnerables, se arraiga en la soberanía del pueblo y recupera su propósito fundamental: amparar a las personas de carne y hueso.
Por eso, en definitiva, la necesidad de las personas es la fuente más humana y legítima del derecho. Es la que tiene el poder de convertir en ley lo que la vida reclama para ser digna y lo que la justicia exige desde el fondo de los tiempos.